O guerrinha de clones: breve historia del videojuego en Brasil
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Sharma y Flor
Manaos es la capital del estado de Amazonas y, aunque a nosotros nos suene a gaseosa de segunda marca, en realidad es la cuna de la industria del videojuego carioca. Emplazada en medio de lo que queda del famoso “pulmón del planeta”, vio nacer al videojuego en toda su expresión: desde consolas hechas íntegramente en el país hasta una inmensa cantidad de cartuchos completamente barrani. Gracias a esto, para 1983, en Brasil circulaban frondosamente sistemas de consolas como la Atari 2600, la Magnavox Oddysey 2, la Colecovision e incluso la Mattel Intellivision. Por supuesto que, como buen hermano sudamericano nuestro, esta industria se forjó entre la manganeta y las regulaciones estatales.
En el inicio fue el Pong
El ingreso del videojuego al país estuvo signado por una política de regulación denominada “Reserva de mercado” aplicada por el presidente de facto João Baptista Figueiredo durante 1979-1985. Nobleza obliga, no nos adentraremos de lleno en el contexto histórico-político por razones obvias y nos remitiremos a decir que dicha política “prohibía la importación directa de productos informáticos, así como la entrada de empresas extranjeras sin que los propietarios/socios fuesen brasileños”, como nos cuenta Marcus Garret, escritor del libro 1983+1983, quando os videogames chegaram y guionista del documental 1983 - O ano dos videogames no Brasil. Se buscaba, de esta manera, fomentar la instalación de empresas que desarrollaran microcomputadoras en el país.
Para la década del 70, el videojuego estaba despuntando en EE. UU. y Japón, fundamentalmente de la mano de Atari y su Pong, que prontamente sería llevado al formato consola. Algunos brasileños con unos cuantos cruzeiros (la moneda previa al real) en los bolsillos viajaron a EE. UU. y conocieron de primera mano los Pong de mesa de las distintas empresas. Es así que la empresa Planil Comercio e Industria Eletronica LTDA de Río de Janeiro, manganeta mediante, importa en la Navidad de 1975 un lote de 16 mil Magnavox Oddysey, traduciendo cajas y manuales. El precio, nada barato, era de 3700 cruzeiros, casi 1400 dólares al día de hoy. En la prensa se decía que “permitía convertir la televisión en una pantalla de juegos electrónicos”.
Pero no pasó mucho hasta que incluso la automotora Ford (!) viera lo que se venía. La empresa trabajaba con Philco, el histórico fabricante de radios y televisores, para los equipos de radio de sus autos; “de esta unión salen dos éxitos rotundos que todo brasileño que tenga 40 años recuerda: un pequeño televisor portátil de los años 70 y el Telejogo Philco-Ford, un clásico Pong multijuegos”, comenta Marcus. Mauro Pereira, operario de la fábrica y encargado del diseño del Pong, cuenta que el proyecto “se encontraba en el más alto secreto dentro de la empresa, solo los altos cargos sabían de él”. El resultado fue un maravilloso Pong con todas las reminiscencias de una radio de auto de los años 70, claramente salido de las entrañas mismas de una automotriz. La máquina tenía 3 juegos (Paredão, Tênis y Futebol) y salió en 1977 a un precio de Cr$1590, actualmente unos 330 dólares. No solo fue un éxito que tuvo varias sucesoras, sino que además fue la primera consola hecha íntegramente en Brasil, a excepción de un solo chip que se debía importar.
Atari do Brasil
La Atari VCS, posteriormente Atari 2600, salió en 1977, cuando en Brasil comenzaba el auge de las consolas Pong. Algunos brasileños que viajaban también comenzaron a tomar contacto con esas máquinas y traerlas de contrabando. Primero se las trajo de EE. UU. totalmente de queruza y luego fueron adquiridas del mismo modo en Paraguay. Nolan Bushnell le comenta a Marcus en su documental que sabía del contrabando: “Atari siempre quiso ser una empresa global. Enviamos tantos cartuchos a Panamá que, para que todos se vendieran, deberían haber sido comidos con el desayuno de cada panameño. Sabíamos que existía un mercado negro, un mercado pirata a causa de las regulaciones de las importaciones en América del Sur”. De esta manera, las primeras Atari entraron a fines de los 70 y para esto, los televisores brasileños tuvieron que ser reconvertidos a la norma NTSC estadounidense, si no, todo se veía en blanco y negro.
Los primeros en traer las máquinas de Bushnell fueron unos avispados empresarios brasileños que fundaron Atari Electronica LTDA en 1979, registrando el nombre antes que la filial oficial desembarcase. No contentos con primerear a Nolan, también registraron el nombre Intellivision, que era el principal competidor que tenía Atari en ese momento. En este caso, importaban los circuitos de la máquina, pero armaban todo en Brasil: carcazas, joysticks e incluso cartuchos. Pero en este caso sí eran de íntegra fabricación nacional, ya que la empresa fue una pionera de la fabricación de cartridges en Sudamérica y, por supuesto, también de la piratería, ya que todos esos cartuchos eran 100% barrani. Este primer “clon” comenzó a fabricarse en San Pablo, de manera muy artesanal, y fue distribuido en abril de 1980 a un precio de CR$29890, unos R$5500 al día de hoy.
Ante la enorme demanda de cartuchos, Dynacom Sistemas Electrónicos aprovechó la oportunidad y se metió de lleno en la fabricación de juegos piratas, produciendo un primer lote de 5000 cartuchos en 1982. Ese pequeño lote luego se transformó en alrededor de 10.000 juegos al mes, teniendo solamente un lector de EPROM que funcionaba nonstop. Casi en simultáneo, la empresa Embratel, un gigante de las telecomunicaciones, se asocia a la pequeña Bit Electrónica y comienzan a fabricar en Río de Janeiro, de forma más profesional, el Top Game, un clon de Atari 2600 íntegramente desarrollado en Brasil que incluso usaba otro slot de cartuchos distinto, por miedo a ser “demandados por Atari”. De esta manera, la consola tenía sus propios cartuchos, pero también un adaptador para juegos de Atari.
1983: el año del videojuego en Brasil
Al contrario de lo que estaba sucediendo en EE. UU., donde Atari se acercaba hacia el tan conocido “crash del videojuego”, en Brasil las cosas se sucedían de otra manera. Por un lado, el país venía en una escalada de inflación producto de las crisis económicas. Por el otro, dado los primeros éxitos en ventas de los clones de Pong y las primeras Atari piratas, muchos empresarios comenzaron a mirar con interés el mercado del videojuego. No hablamos ya de pequeños hackers o piratas que ensamblaron consolas a mano, sino de empresas que apostaron por un desarrollo íntegramente industrial en la ciudad de Manaos, la Tierra del Fuego de Brasil. En dicha ciudad, en el corazón de la Amazonia, comenzó a montarse un conglomerado de fábricas del videojuego que aprovecharía las legislaciones vigentes en materia de promoción industrial para copiar, de manera totalmente ilegal, consolas estadounidenses o bien traer las marcas de manera legal pero fabricándolas con componentes nacionales.
De esta manera, el icónico evento conocido como “Feria de utilidades domésticas” en San Pablo y Río de Janeiro, donde se presentaban innovaciones para el hogar, se vio repleto de stands de empresas que anunciaban sus consolas. Polyvox, un nombre de fantasía de Gradiente, un emblemático fabricante de equipos de audio, presentaba el verdadero “Atari de Atari”. Debido a sus contactos con el mundo de la música, se acercaron a Warner, que, viendo cómo se pudría todo en EE. UU. decidió exprimirle los últimos morlacos a Atari y venderle una licencia oficial a Gradiente, que, de todas maneras, tampoco quería manchar su reputación y la anunciaba como Polyvox Atari. Si bien tenían miedo de pifiarla, por otro lado necesitaban vender: las ventas de los equipos de audio y televisión habían bajado y las consolas eran una opción muy jugosa, más aún con la inflación galopante.
Philips de Brasil tampoco quiso quedarse afuera. Su casa matriz en Europa comercializaba la Videopac G7000, que no era otra que la Magnavox Odyssey 2 pero del Viejo Continente. Como en Brasil el nombre europeo no decía nada, Philips optó por llamarla sencillamente Odyssey, obviando el 2, ya que nunca hubo una 1. También fue presentada en dicha feria, pero, a diferencia de Polyvox, que todavía no había terminado la fabricación, la gente de Philips comenzó a venderla y fue un éxito al instante: las primeras 20.000 se vendieron en 2 meses al precio de CR$385.000 o US$280 al día de hoy. La empresa no solo fabricaba la máquina, sino también los cartuchos, traduciéndolos al portugués e incluso ideando algunas tramoyas publicitarias muy exitosas. Por ejemplo, rehicieron el arte del cartucho de Odyssey 2 Pick Axe Pete! cambiándolo por el personaje de una película muy popular estrenada en 1982, Os Trapalhões na Serra Pelada. Situación análoga hicieron con el clásico KC Chase, el clon de Pac-man de la Odyssey. Como ese nombre no significaba nada en portugués, lo renombraron Come come, transformándolo en un éxito tremendo.
En total, fueron 7 las empresas que presentaron consolas o prototipos en esa feria: las dos ya mencionadas; Dynacom y Dismac con sus clones del Atari 2600, el Dynavision y el VJ900, respectivamente; por otro lado, Splice con la Splicevision, un clon del Colecovision; Sharp con su Intellivision, con la licencia original de Mattel; y Microdigital, que presentó un prototipo de Colecovision pero terminó desarrollando la Onyx Jr, otro clon de la 2600. Todas ellas fueron fabricadas en el polo industrial de Manaos, y se estima que al finalizar el año se vendieron en total unas 180.000 consolas y 500.000 cartuchos. El videojuego brasileño había nacido con muchos panes bajo el brazo.