
Todo cruje pero nada se rompe
Una elección con ganadores que no celebran del todo y opositores que aún no logran consolidarse. El primer puesto obtenido por el Frente Renovador no sorprende; es, en cierta forma, parte del paisaje político misionero. Sin embargo, detrás de esa aparente continuidad, esta elección dejó entrever fisuras, resultados inesperados y una pregunta que comienza a cobrar fuerza: ¿Cuánto más puede sostenerse la arquitectura del "blend" sin perder cohesión política y sentido de representación?
Todo indica que el modelo se afianza, pese a que los resultados en varios municipios pusieron en jaque a los candidatos libertarios por fuera de La Libertad Avanza, el Partido Libertario o incluso el Partido por la Vida y los Valores. En las celebraciones en el búnker renovador, Carlos Rovira dejó dos titulares: pasar la posta a la juventud e invitar a todos los espacios políticos que hoy no lo integran a sumarse. Un cogobierno atípico, donde en realidad solo gobierna uno. Más "blend" imposible.
Si bien esperaban mejores resultados, probablemente sugestionados por encuestas que aseguraban cifras por encima del 50%, el resultado final fue mucho más ajustado, incluso para el analista renovador más pesimista. Aun así, en tiempos de incertidumbre, ganar es ganar. Y saben que La Libertad Avanza tiene nula construcción territorial: su destino está atado al gobierno nacional y a cuánto le permitan diferenciarse sin romper con un esquema del que forman parte central.
La participación fue baja (57,45%), la más baja en una elección legislativa desde 1983, pero mayor a la esperada. La ley de lemas, ese dispositivo que multiplica candidaturas sin multiplicar representación real, puede haber contribuido a sostener ese piso. El menú es amplio, pero el comensal siempre es el mismo.
La Renovación ganó, pero no salió impoluta. Ya no tiene una mayoría legislativa cómoda. Lo que alguna vez fue un tsunami, hoy es un caudal con obstáculos. El blend, ese eufemismo para evitar definiciones políticas, hace cada vez más difícil que la gente comprenda a quién está apoyando y hasta dónde. Y aunque la elección fue provincial, la visita de Karina Milei, la reaparición nacional de Rovira y la imposibilidad de diferenciarse del gobierno nacional terminaron dañando a los candidatos peronistas del propio oficialismo.
La dispersión opositora volvió a ser su mejor aliada. Un método perfeccionado con los años: alentar la sobreoferta, promover candidaturas marginales, capturar discursos ajenos y presentar a la hegemonía como una suma de diferencias. El travestismo ideológico no es un accidente, es la estrategia.
Y sin embargo, algo crujió. La figura inesperada de Ramón Amarilla irrumpió como una sorpresa real. Preso, sin estructura, con un discurso a veces más conciliador de lo esperado, logró convertirse en la cara visible del malestar social más agudo. No necesitó hacer campaña: ya la había hecho el gobierno. El intento fallido de prohibir el voto policial terminó generando el efecto contrario: politizó a un sector que históricamente había votado sin identidad definida.
También fue sorpresa el resultado de Cacho Bárbaro. Un Alto Uruguay que lo miraba con desconfianza cuando fue diputado nacional, hoy lo refrenda con un caudal importante de votos. Esa red de radios que mantiene contacto directo con un electorado rural, que pocos pueden interpelar, muestra que todavía existen narrativas segmentadas y eficaces. En un momento donde todo parece pasar por TikTok, esa estructura habla en otro idioma, pero sigue siendo eficaz.
¿Y los libertarios? La avanzada violeta se empantanó. Entre la importación de candidatos desde Buenos Aires, el desgaste económico de sectores que alguna vez coquetearon con Milei, y la propia sobreoferta interna, el resultado fue pobre. Quienes mejor midieron fueron quienes jugaron con su sello original. Los intentos del oficialismo por capturar ese voto, mediante el blend o el camuflaje ideológico, fracasaron.
Pero el punto clave no está en quién gana más votos. En Misiones, eso nunca fue determinante. La ley de lemas permite que la Renovación presente listas ideológicamente opuestas en un mismo municipio: libertarios, peronistas, independientes. No gana la autenticidad. Gana la acumulación. Es como si un partido jugara con camisetas distintas en el mismo equipo, mientras la oposición insiste en jugar con un solo color.
La polarización, esa palabra que aparece en cualquier análisis político occidental en el primer párrafo, no termina de funcionar aquí. No porque no haya tensiones, sino porque el sistema impide que se expresen con nitidez, la política ya no le habla a todos, le habla a minorías intensas. Pero en Misiones, ni siquiera eso alcanza. Acá gana quien más sublemas presenta, quien más recursos tiene para financiar campañas, quien puede hablarle a todos sin decir casi nada.
La tierra colorada sigue siendo un enclave político blindado. Aislado, hermético. La discusión nacional intenta colarse con fuerza —y este año lo hizo como nunca—, pero sigue siendo domesticada por un poder que territorializa cada elección. No muchos gobernadores pueden decir lo mismo.
Nada cambió. Pero todo cruje. Ese es el diagnóstico. Y también la advertencia.
Con estos resultados, la Cámara de Diputados de Misiones quedará integrada por un oficialismo que retiene la mayoría, aunque de manera menos holgada. La novedad pasa por el ingreso de nuevos actores: La Libertad Avanza accede por primera vez a la Legislatura, y se suman representantes de espacios independientes y disidentes, como Ramón Amarilla o Cacho Bárbaro nuevamente, que expresan malestares sectoriales concretos y desconectados del aparato tradicional.
El problema, sin embargo, no es solo numérico. En Misiones, ingresar como oposición no garantiza ejercerla, muchos bloques que se presentan como disidentes terminan plegándose al oficialismo en votaciones clave, integrando el engranaje sin alterar su funcionamiento. Es la lógica del blend: una hegemonía que no se impone, sino que absorbe. La verdadera oposición no es la que se sienta enfrente, sino la que incomoda, tensiona, revela las grietas del sistema. Y esa, en general, no tiene espacio ni micrófono.
Así, la nueva Legislatura se configura como un espacio fragmentado pero aún gobernable, donde la Renovación conserva el control sin mayorías absolutas cómodas, mientras los bloques opositores se dividen entre quienes confrontan, quienes negocian y quienes, directamente, se diluyen. La pluralidad de bancas no garantiza pluralidad de voces. Y la representación, sin autonomía real, corre el riesgo de ser apenas un reflejo del poder que ya existe.
A esto se suma una sombra que vuelve a aparecer en cada elección: la falta de transparencia en el proceso de carga de datos. Algunos partidos observaron que, a medida que avanzaba el escrutinio provisorio —especialmente entre el 60% y el 90% de mesas escrutadas—, sus votos no solo bajaban en términos porcentuales, sino también en cantidad absoluta. Es decir, perdieron votos nominales ya computados, lo cual no solo genera suspicacias, sino que plantea preguntas sobre el sistema de transmisión, fiscalización y control. En una elección donde cada voto cuenta para definir sublemas y bancas, estas irregularidades no pueden ser pasadas por alto.
La tierra colorada sigue siendo un enclave político blindado. Pero esta vez, las fisuras se ven. Y ya no se pueden tapar con una capa más de pintura.