
José Artigas: el federalismo olvidado del Río de la Plata
Entre los distintos proyectos e ideas surgidas en el calor de la Revolución de Mayo, el más fuerte y radical fue el encabezado por José Gervasio Artigas, caudillo oriental y “Protector de los Pueblos Libres”, cuya figura trasciende las fronteras del Uruguay pero sigue siendo incómoda en gran parte de la historiografía tradicional argentina.
Una vida marcada por la revolución
Nacido en 1764 en Montevideo, Artigas se formó en el mundo de la campaña, en contacto con gauchos, indios y paisanos. Su experiencia como hombre de frontera lo convirtió en un líder capaz de interpretar las demandas populares. Tras la Revolución de Mayo, se sumó al proceso emancipador, pero rápidamente chocó con el centralismo porteño, que pretendía mantener bajo su órbita a las provincias del interior.
En 1811, tras la primera sublevación en la Banda Oriental, Artigas emergió como jefe militar y político. Con el célebre Éxodo del Pueblo Oriental, cuando cientos de familias abandonaron sus hogares para seguirlo hacia el interior, comenzó a gestarse su liderazgo.
El proyecto político: independencia y autonomía
Para Artigas, la independencia tenía dos dimensiones: la “absoluta”, frente a España, y la “relativa”, frente a Buenos Aires. No se trataba sólo de romper con la monarquía, sino también de garantizar la soberanía de cada provincia para darse su propio gobierno.
En 1813 redactó las famosas Instrucciones del Año XIII, donde sus diputados debían exigir en la Asamblea de Buenos Aires:
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Declaración de la independencia absoluta.
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Organización de una Confederación de Provincias.
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Garantía de soberanía local y elección de autoridades.
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División de poderes y un sistema republicano.
Este ideario federal chocaba de frente con el modelo centralista de la elite porteña. Como respuesta, los diputados artiguistas fueron rechazados en la Asamblea, y el enfrentamiento se tornó inevitable.
La Liga de los Pueblos Libres
Ante la negativa de Buenos Aires, Artigas impulsó la creación de una alianza propia: la Liga de los Pueblos Libres. Entre 1814 y 1815 se sumaron Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Misiones y Córdoba. Cada provincia se proclamaba independiente y, por pacto, aceptaba unirse bajo su protección.
La Liga no fue un “Estado nacional”, sino una experiencia confederal, basada en la autonomía de cada provincia y en la participación de los pueblos de campaña. En Misiones, por ejemplo, los guaraníes eligieron a Andrés Guacurarí (Andresito) como gobernador, hecho que expresaba el carácter inclusivo y popular del proyecto artiguista.
En 1815 se realizó el Congreso de Oriente, en Concepción del Uruguay, donde los representantes provinciales discutieron cómo negociar con Buenos Aires. Lejos de la imagen de un congreso “nacional”, fue un espacio de coordinación política y reafirmación de la autonomía de las provincias.
Una figura incómoda para la historia oficial
Mientras en Tucumán se declaraba la independencia en 1816, Artigas y sus aliados ya consideraban superado ese paso: las provincias de la Liga se habían declarado libres mucho antes. Pero el Congreso de Tucumán expresaba otra visión: la de una independencia centralizada y con tintes monárquicos.
El proyecto artiguista resultaba incómodo para la elite porteña y para la construcción de la historia nacional en el siglo XIX. Bartolomé Mitre, al escribir la historia oficial, lo presentó como un caudillo rebelde que amenazaba la unidad. Más tarde, el revisionismo lo revalorizó, pero muchas veces utilizándolo con fines políticos.
Por eso, mientras en Uruguay es el Padre de la Patria, en Argentina su figura quedó relegada, apenas recordada como un líder local y no como lo que realmente fue: el impulsor del proyecto federal más fuerte de la primera década revolucionaria.
El ocaso y la muerte
A partir de 1817, las tropas portuguesas invadieron la Banda Oriental con la complicidad del Directorio de Buenos Aires. Derrotado militarmente, Artigas buscó refugio en Paraguay en 1820. Allí vivió en el exilio durante treinta años, lejos del poder y del reconocimiento. Murió en 1850, en la más absoluta soledad.
Legado y vigencia
Hoy, repensar la figura de José Artigas es recuperar un proyecto alternativo para nuestra región: un federalismo auténtico, basado en la soberanía de los pueblos y en la participación popular. Su propuesta buscaba equilibrar el poder, distribuir la autoridad y evitar que una sola ciudad —Buenos Aires— impusiera su voluntad sobre todo un territorio diverso.
Quizás por eso su figura no trascendió con la misma fuerza en la Argentina: porque su proyecto cuestionaba la base misma de la organización nacional que finalmente triunfó. Sin embargo, volver a mirarlo es reconocer que nuestra historia no fue lineal ni inevitable, sino que estuvo llena de caminos posibles. El de Artigas fue uno de los más audaces.
En Misiones, el ideario artiguista tuvo un eco profundo: aquí los pueblos guaraníes eligieron a Andresito Guacurarí, hijo político de Artigas, como su gobernador. Esa decisión resume el espíritu de la Liga: la soberanía de los pueblos por sobre cualquier tutela externa. Hoy, cuando recordamos a Artigas como un prócer relegado por la historia oficial, también vale preguntarnos cuánto lugar ocupa en nuestra memoria misionera el legado de Andresito y aquella experiencia popular que soñó un federalismo distinto. ¿No será tiempo de repensar nuestra historia desde estos márgenes que fueron, en realidad, el corazón del proyecto artiguista?