
12 de Octubre: Día del Respeto a la Diversidad Cultural o Día de la Raza, ¿qué recordamos hoy?
En medio de esa tensión simbólica, la historia argentina se reescribe constantemente, entre la memoria y el olvido.
Paradójicamente, hace unos años, durante el Bicentenario de la Independencia, bajo el gobierno de Cambiemos, el entonces presidente Macri recordó ante el Rey emérito Juan Carlos de España “la angustia que habrían sentido los patriotas al separarse de la corona”. Aquella frase, que muchos interpretaron como una disculpa simbólica, pareció contradecir el sentido más profundo de la gesta emancipadora y reavivó la pregunta sobre qué tan lejos estamos del espíritu de quienes soñaron una patria libre y soberana.
Más que una anécdota, el episodio se convirtió en una metáfora del presente: la de una nación que a veces olvida que su libertad fue conquistada con dolor, pero también con convicción y coraje.
Quizás nuestros próceres, los mismos que dieron su vida por construir una nación independiente, no podrían reconocer hoy al país que ayudaron a fundar. En un presente donde se confunden los símbolos, las fechas y los sentidos, el 12 de octubre se vuelve una oportunidad para preguntarnos qué entendemos hoy por identidad, historia y respeto.
El contexto de 1917: una nación que miraba a Europa
A comienzos del siglo XX, la Argentina atravesaba un proceso de transformación profunda. El país se consolidaba como potencia agroexportadora y el sueño de las élites gobernantes era construir una nación moderna al estilo europeo. Desde el primer Censo Nacional de 1869, impulsado por Sarmiento, se evidenciaba un objetivo político claro: “gobernar es poblar”, tal como lo había propuesto Alberdi. La Ley Avellaneda de Inmigración y Colonización (1876) dio forma a ese ideal, fomentando la llegada de miles de inmigrantes, en especial italianos y españoles, que en pocas décadas duplicaron la población del país.
Sin embargo, esa modernización tenía un costo: se construyó sobre la negación y el silenciamiento de los pueblos originarios. Mientras los inmigrantes eran vistos como el futuro civilizado, los pueblos indígenas eran señalados como “resabios de barbarie”. Las campañas militares de las décadas de 1870 y 1880, conocidas como Campañas del Desierto, habían arrasado las comunidades del sur y el norte argentino, sometiendo o desplazando a quienes habitaban esos territorios. En los primeros años del siglo XX, la política estatal seguía siendo ambigua: por un lado se hablaba de “reducción, protección e instrucción” de los indígenas; por otro, se los confinaba, segregaba o directamente se los forzaba a trabajar en condiciones precarias.
En 1917, cuando el presidente Hipólito Yrigoyen decretó el 12 de octubre como fecha patria, ese contexto ideológico estaba en su punto más alto. La Argentina urbana y criolla , profundamente influida por el positivismo europeo, concebía el progreso como una herencia directa de la civilización occidental, y veía en el “descubrimiento” de América el inicio de ese camino. El decreto no hablaba aún del “Día de la Raza”, pero su espíritu coincidía con esa mirada: la del encuentro civilizador entre Europa y América, en el que la primera traía la luz del conocimiento y la segunda era apenas una tierra por modelar.
Esa visión estaba profundamente atravesada por el racismo científico de la época. Se creía que las razas poseían distintos grados de desarrollo natural y que los pueblos indígenas eran “menos dotados” para la vida moderna. Desde esa lógica, la expansión del ferrocarril, los frigoríficos y el auge del comercio eran símbolos de éxito nacional, mientras que las comunidades originarias eran consideradas obstáculos al progreso. Así, la construcción del Estado argentino se apoyó en la idea de una nación blanca, europea y urbana, relegando a los pueblos indígenas al olvido o a la periferia.
La instauración del 12 de octubre como fecha nacional, entonces, no fue un gesto inocente. Representó la voluntad de una sociedad de reconocerse hija de Europa, y no de América. De allí que el decreto haya sido impulsado, curiosamente, por la Asociación Patriótica Española, que buscaba mantener los lazos simbólicos con la “madre patria”. Desde esa mirada, el “descubrimiento” fue visto como el inicio de la civilización y no como el comienzo del despojo.
12 de Octubre: entre la memoria y el porvenir
El 12 de octubre fue concebido a comienzos del siglo XX como una fecha destinada a unir a una sociedad diversa bajo una identidad común. Sin embargo, esa unidad se construyó desde la exclusión, dejando fuera a los pueblos originarios, a los criollos pobres y a quienes no encajaban en el ideal europeo de “civilización”.
El decreto de 1917 no sólo estableció una conmemoración: expresó una forma de entender la nación, heredera de una visión que veía en Europa el modelo a imitar y en América un territorio a “civilizar”.
Para algunos, simboliza el “encuentro de dos mundos”; para otros, marca el inicio de la colonización y del genocidio indígena. En las últimas décadas, la sociedad argentina ha intentado resignificar esa memoria, transformando la fecha en un espacio de reflexión sobre el pasado y de reconocimiento hacia la diversidad cultural que nos conforma.
Tradicionalmente, en los países hispanoamericanos el 12 de octubre se celebró como el “Día de la Raza”, recordando el momento en que Europa occidental “descubrió” América. En Argentina, esa conmemoración fue reconocida oficialmente por decreto en 1917. Pero recién a partir del siglo XXI comenzó un cambio profundo en su interpretación.
En 2005, el presidente Néstor Kirchner, mediante el Decreto Nº 1086, aprobó el texto “Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación”, que propuso convertir el 12 de octubre en un “Día de reflexión histórica y diálogo intercultural”, dejando atrás viejos paradigmas: la división racial de la humanidad, el mito del “descubrimiento” y la idea de homogeneización cultural. Luego, en 2010, a pedido de los pueblos originarios, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner firmó el Decreto Nº 1584, que oficializó su nueva denominación: “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.
El cambio no fue solo simbólico: significó una revisión profunda de nuestra memoria colectiva, orientada a promover el diálogo, la igualdad y el reconocimiento de todas las culturas que conforman la nación argentina.
La historia no se repite, pero deja huellas. Durante mucho tiempo, la memoria oficial priorizó una mirada europea del pasado, negando otras voces y experiencias. Hoy tenemos la posibilidad, y también la responsabilidad, de mirar esa historia completa, con todas sus luces y sombras, entendiendo que la identidad argentina se forjó tanto en las botas y espadas de los colonizadores, como también en la sabiduría y los pies descalzos de nuestros pueblos originarios.
Cada tiempo vuelve sobre su pasado buscando sentido. Tal vez el nuestro deba hacerlo para entender: que el respeto a la diversidad no sea solo una fecha en el calendario, sino una forma cotidiana de mirarnos, reconocernos y construir juntos una historia más justa e inclusiva.