
Kisuco: sabor a frontera
Si la Coca Cola es, en palabras del escritor Osvaldo Soriano -en su recomendable crónica Coca Cola es así- “el más gigantesco símbolo del capitalismo moderno”, ¿qué representa el Ki-suco (o Kisuco) para la memoria colectiva de nuestra región orillera?
El Kisuco y la CocaCola comparten un mismo linaje: el del imperio que convirtió el gusto en mercancía y la sed en negocio global. Pero mucho antes de que el jugo en polvo atravesara fronteras para disolverse en las jarras y termos de millones de familias latinas, hubo un muchachito en el corazón de Estados Unidos, que se llamaba Edwin Elijah Perkins. Nació en Iowa, un estado del medio oeste, en 1889, y creció en Nebraska, entre granjas, caminos de tierra y condados polvorientos.
A los trece años, ya era un pequeño empresario, que administraba la oficina de correos del pueblo de Hendley y aprovechaba los envíos postales para vender perfumes, jabones y otros productos. A este emprendimiento lo bautizó Perkins Product Company, firma que para 1921 ya fabricaba y vendía más de 125 artículos diferentes.

Con veintipico de años, Edwin inventó un jarabe con sabor a fruta que patentó con el nombre de Fruit Smack. Se vendía en botellas de vidrio. Su color intenso y gusto dulce encantaban a los niños. Lo malo era que las botellas se rompían, pesaban mucho y eran caras de transportar. Entonces, en 1928, en su taller de la ciudad de Hastings, Nebraska, Perkins encontró la solución: transformar el jarabe en polvo. Así nació la primera marca de jugo en polvo del mundo: Kool-Aid.
El auge del jugo en sobre llegaría apenas unos meses después de su surgimiento. En 1929, se desencadenó en Estados Unidos el periodo conocido como “La Gran Depresión”, una brutal crisis económica que provocó una caída masiva del empleo, el consumo y la producción industrial. Esta etapa catapultó a millones de personas hacia la pobreza.
El invento era perfecto para los tiempos aciagos: un sobre de Kool-Aid costaba apenas cinco centavos y alcanzaba para preparar un litro de bebida. Edwin Perkins lo promocionó con una estrategia de marketing brillante, apelando a envíos por correo, exhibidores en tiendas, promociones para niños y un slogan que prometía felicidad instantánea.El éxito fue tan grande que en 1931 Perkins trasladó su fábrica de jugo en sobre a Chicago, una de las ciudades industriales del norte.
Ya con millones de consumidores en todo el país, en 1953 Edwin le vendió el producto y la marca a General Foods, un gigante del rubro alimenticio y el consumo masivo, que sería el responsable de exportar el Kool-Aid a otros países.
Tras vender su invento, Edwin Perkins se retiró de los negocios y se recluyó en Nebraska junto a su esposa, viviendo sus últimos años alejado del bullicio de la industria que había creado. Allí pasó sus días entre la tranquilidad de su hogar y el reconocimiento de su comunidad hasta su muerte en 1961.
Nace Kisuco
A poco de desembarcar en el mercado brasileño, el producto adoptó otro nombre: Ki-Suco. Ese juego de palabras, literalmente significa “qué jugo”, de manera coloquial. En Brasil, también se rebautizó a la mascota impresa en cada sobre de jugo y en todas las publicidades del producto. De llamarse Kool-Aid Man, pasó a ser conocida por los brasileños como “Jarrão”.
“El refresco en polvo Ki-Suco marcó la rutina de millones de brasileños durante cerca de treinta años, convirtiéndose en sinónimo de meriendas en todo el país. A principios de la década de 1980, el producto representaba alrededor del 70% de las ventas nacionales de refrescos en polvo” indica el periodista brasileño Alisson Ficher.

“La ausencia de competidores extranjeros y el aumento de los precios de las bebidas gaseosas, impulsado por la inflación, favorecieron aún más el crecimiento del polvo de colores en los hogares brasileños. Pero todo cambió drásticamente en 1987 con la llegada oficial de Tang al mercado brasileño” añade el comunicador. El desplome se tradujo en una merma de más del cincuenta por ciento de ventas de Kisuko en Brasil entre 1995 y 1999 según registros de la empresa.
“A partir de la década del 2000, la presencia de Ki-Suco en los lineales pasó a ser residual, mientras que Tang y las marcas regionales compartían el protagonismo en el segmento. A pesar de la retractación, el nombre Ki-Suco permaneció vivo en la memoria colectiva” aporta Ficher.
Adquirida por la multinacional Kraft, Kisuco tuvo un resurgimiento en 2013, a partir de una campaña (y un packaging) que apelaba a la nostalgia. En 2021, ya como propiedad de la compañía Enova Foods, Kisuco abrazó un nuevo intento de resurrección, con el lanzamiento de un conglomerado de nueve sabores.
Aunque nunca volvió a venderse como en sus años dorados, el Kisuco en sobre se mantiene en el mercado brasileño. En palabras del periodista Ficher: “con la recuperación del consumo fuera del hogar tras la pandemia y la creciente búsqueda de bebidas asequibles en las periferias urbanas, Kisuco busca recuperar espacio en los supermercados de barrio a través de promotores que reparten regalos inspirados en jarras antiguas, ahora reutilizables y graduadas para facilitar su preparación”.
Emblema de la Misiones fronteriza
Todo aquel o aquella habitante de pueblos misioneros recostados sobre orillas del río Uruguay, reconoce en el jugo Kisuko un producto emblemático para más de una generación.
Susana Baidowski tiene 72 años y es docente jubilada. Nació y vivió toda su vida en el municipio de San Javier. Para ella, el Kisuco es “sinónimo de infancia, de siestas interminables de tereré en jarras, de risas y juegos”.
Cuenta Susana, que a principios de la década del sesenta, los sobrecitos de Kisuco ya eran furor en los almacenes del pueblo. “Mi padre traía de a cajas a principios de mes cuando cobraba. Esos sobres se usaban todo el mes para el jugo del almuerzo y la cena. Y después con mis amiguitos de la escuela o con vecinos, juntábamos moneditas para comprar Kisuco en los kioscos para el tereré. Me encantaba el de uva, que te dejaba toda la lengua morada” evoca Susana.

Otro sanjavierense, hoy domiciliado en la Patagonia, Javier Santrovichi, cuenta que “desde la década del sesenta en adelante, el puerto de San Javier —cercano a la aduana y al edificio de Prefectura— era un hervidero de movimiento. Los comercios no daban abasto, sobre todo los dos días a la semana en que, por el único medio posible, llegaban los vecinos de Porto Lucena. En fechas como la Fiesta del Navegante, con la participación de las colectividades de Porto Xavier, el intercambio era aún mayor: se compraban vituallas, utensilios de cocina y todo tipo de productos domésticos. Pero más allá del comercio, lo que crecía era la interrelación humana entre jóvenes de una y otra orilla, unidos por la cercanía, por la música moderna que ambos escuchaban —y, por supuesto, por la siempre presente influencia riograndense—.Fue, sin dudas, una época inolvidable, marcada por aquellos sabores simples que cruzaban el río junto con las personas. Entre ellos, el Kisuco, ese jugo en polvo que se convirtió en un símbolo fronterizo”.
Poco a poco, la popularidad del Kisuco traspasó los poblados ribereños y llegó a las ciudades más grandes de Misiones, como Oberá, Eldorado, Iguazú e incluso Posadas.
Orlando Motta fue adolescente en la década del noventa, viviendo en Posadas. “El Kisuco para mi va estar siempre asociado a esa época en que jugábamos al fútbol entre vecinos, en cualquier potrero, y el trofeo para el equipo ganador siempre era el Kisuco: el que perdía compraba el sobre, el hielo y hacía el tereré. Nos matábamos por el Kisuco como si fuera la Copa del Mundo” dice Orlando.
“A mi familia el Kisuco le daba de comer. Mamá compraba cajas de sabor uva y hacíamos picolé para vender y sagú” recuerda Gabriel, vecino de Alba Posse.

El arribo de numerosas marcas de jugo en polvo (Verao, Clight, etc), una mayor consciencia nutricional de la sociedad y otros factores culturales y de mercado, fueron extinguiendo el reinado del Kisuco. Hoy, junto a la alegre nostalgia de las generaciones de consumidores, el producto es sujeto de memes que hacen alusión a su excesiva coloración y a a ciertas dudas sobre sus aportes nutricionales. “Con un sobre hacías diez tereres y pintabas dos paredes” reza el texto de un meme anexado a una vieja foto de un sobre de Kisuco.
“Tomé tereré de Kisuco todos los días durante veinte años, mirá si le voy a tener miedo a una vacuna” dice otro meme pandémico.
Más allá de todo, el dulzor artificial del Kisuco, persiste en la memoria compartida, como un sorbo de tereré helado que todavía hoy sabe a frontera, a amistad y a una época que se niega a disolverse del todo